Leonor Peña Chocarro es investigadora titular del CSIC en arqueobotánica. Aunque nos recibe en un laboratorio, su color de piel delata las labores al aire libre. El tono de su voz, una pasión sin límites por su trabajo: recuperar de la tierra los frutos que dio hace cientos, miles de años y extraer de ellos información que pueda resultarnos útil hoy en día. Ha combinado puestos directivos en instituciones de investigación, con campañas en rincones sin luz ni agua corriente de Marruecos. Siempre en pos de un arte cuya trascendencia no deja de fascinarla: la agricultura.

Eres arqueobotánica ¿qué significa eso exactamente?

Significa trabajar con restos de plantas, fundamentalmente semillas y frutos que se recuperan en contextos arqueológicos. Es una de las nuevas disciplinas derivadas de la altísima especialización que ha alcanzado la arqueología en los últimos 25 años. En la Península Ibérica llevamos unos 30 años desarrollando estudios ya sistemáticos de arqueobotánica.

¿Por qué esa novedad?

Porque se ha empezado a dar importancia a este tipo de restos gracias a que se recuperan mejor con las nuevas técnicas de excavación de los últimos decenios. Espera ¿se dice decenios en castellano? No, décadas. Es que he vivido muchísimo tiempo en Inglaterra, mi marido es italiano y hablamos una mezcla de idiomas en la que a veces invento palabras.

Técnicamente ¿con qué o dónde trabajan?

En las excavaciones arqueológicas, lavamos la tierra para recuperar las semillas. Es muy difícil que se conserve este material orgánico y lo hace en unas condiciones muy específicas. La mayoría de las veces carbonizados; conservan la forma original de la semilla y por eso podemos identificarlos. Otra posibilidad –más extraña en la Península Ibérica– es la conservación en agua, que mantiene cualquier materia orgánica como si fuera de antes de ayer. El cuero, los tejidos, la madera… Es súper interesante, porque así recuperamos el 100% de lo que se depositó, mientras que el carbonizado solo conserva lo que entró en contacto con el fuego.

“Encontré agricultores que utilizaban semillas prehistóricas de trigopara dar de comer a las cuatro gallinas que tenían»

¿Recuerdas algún ejemplo de buena conservación?

Sí, uno precioso es el del Puerto Romano de Irún, que estudiamos hace unos años, donde se hallaron miles de semillas. De verdad, miles. Los primeros ejemplos de melocotones y de un montón de plantas no conservadas hasta ahora. Un tercer objeto de investigación es el material desecado. Así ha sobrevivido la mayoría de material del jardín de Egipto http://quo.eldiario.es/ser-humano/egipto.
Y en Valencia estamos abriendo una línea nueva con cuevas medievales en cortados. Muchas servían de almacén en épocas de incertidumbre. Hemos detectado restos de pergaminos y las semillas conservadas perfectamente.

¿Qué cosas nos dicen las semillas?

¡Pues muchas cosas! (satisfecha y entusiasmada). Nos dan una información muy detallada sobre la dieta de las poblaciones antiguas. Y, claro, no es lo mismo decir que comían cereales y leguminosas que precisar que era trigo, y de una especie determinada. Y no saber solo de qué plantas se alimentaban sino, sino cuáles forman parte de la vida cotidiana como medicinas, textiles, y las miles de utilidades que puede tener el mundo vegetal más allá de la subsistencia.

¿El mundo vegetal que hemos domesticado?

Sí, uno de los temas que más he trabajado es el origen de la agricultura. Ahora forma parte de nuestras vidas, pero fue un fenómeno trascendental que cambió radicalmente la forma de vida de la Humanidad. Pasamos de ser comunidades de cazadores recolectores a asentarnos para poder cuidar campos y rebaños, porque la agricultura y la ganadería empiezan al mismo tiempo. Cambia la vinculación a la tierra, las relaciones personales, las creencias… absolutamente todo. Yo he tenido la oportunidad de estudiarlo en la Península Ibérica y Marruecos. Y ha sido absolutamente maravilloso. Creo que la gente no valora la importancia de esos orígenes de la producción de alimentos. Es cuando realmente empezamos a producir nuestros propios alimentos. Imaginad lo que supuso para aquellas comunidades prehistóricas, neolíticas.

¿Tienes una semilla favorita?

Sí, esta [nos la muestra magnificada en la pantalla del ordenador]. La del opio, la amapola Papaver. Mirad el tamaño cómo es. Mirad, es fascinante, ya veréis que bonito. Las más antiguas de Europa las tenemos aquí, en la Cueva de los Murciélagos de Córdoba, en Zuheros.

“En el Puerto Romano de Irún encontramos ejemplos del primer melocotón que existió”

Pero esto tiene el mismo tamaño que algunos granitos de tierra ¿cómo se distinguen?

Pues con el microscopio se pasan horas Elena y Esther, de mi equipo, separándolas.

¿Cómo llegaste a interesarse por esto?

Yo había estudiado arqueología en la Autónoma de Madrid, y mis padres siempre dijeron que, en cuanto acabásemos la carrera, nos iríamos aprender inglés, porque ya habíamos estudiado en el colegio francés. Fui a Inglaterra de au pair un año y acabé en una familia absolutamente estimulantes (aunque yo no necesitaba mucho estímulo, porque ya era tremenda en esa época). Me apunté a unos cursos del University College de Londres en una granja experimental prehistórica, donde entré en contacto con la arqueobotánica. Luego hice un máster en arqueobiología y el gobierno español me dio una beca para el doctorado –de ocho años– en University College.

Parece que te entusiasmó el tema.

Sí. Gordon Hillman, mi director de tesis era el máximo especialista en arqueobotánica, pero yo le doy casi más importancia a la pasión por todo los que hacía, que me transmitió íntegramente. Me enseñó a interesarme por un montón de cosas. Por ejemplo, empecé a trabajar mucho con agricultores tradicionales, que aún cultivaban especies prehistóricas ya prácticamente abandonadas. Trigos cultivados solo en zonas bastante remotas de la Península Ibérica por agricultores que lo hacían todo a mano. Segaban con hoces, no usaban ningún tipo de pesticida, araban con animales (no tractores)… Eso me abrió unas perspectivas increíbles de conocer un mundo muy parecido a lo que podía haber sido la prehistoria.

¿Esas personas lo hacían por conciencia?

No, lo hacían por tradición. Era gente mayor ya con muy pocas tierras. Usaban esos trigos para las cuatro gallinas que tenían. Era el sistema que habían utilizado toda su vida, pero que ya sus hijos no usaban. Ver eso me cambió la vida realmente. Ver lo rápido que desaparece y se olvida todo. Cómo se sustituye totalmente y en un pispás lo que ha sido la base de nuestra cultura. Un montón de tradiciones, incluso de especies cultivables, desaparecían en una generación.
Después estuvimos trabajando en Marruecos, con comunidades muchísimo más arcaicas que seguían cultivando estas especies –una de ellas se llama escaña– . No tenían ni luz, ni agua corriente y fue absolutamente maravilloso. Una de esas cosas que te provocan una sacudida. Aprendimos muchísimo. Esos conocimientos han influido en muchas de las interpretaciones que hacemos ahora de los restos vegetales. Para estos agricultores eso su vida. Aunque cualquier persona de nuestro entorno no tenga ni idea de qué significa cultivar.

En el momento actual, ¿tu campo de estudio puede aportar algo a los problemas de seguridad alimentaria oderivados del cambio climático?

Sí, porque muchas veces en el pasado encontramos modelos que yo no digo que se reproduzcan exactamente igual, pero dan muchísima información sobre cómo sociedades parecidas a las nuestras han sido capaces de resistir los momentos anteriores de crisis climática, que han existido ya antes.Ahora están muy de moda los estudios del pasado para aportar conocimiento a las búsqueda de soluciones del futuro. Nosotras participamos muchas veces en convocatorias dirigidas a esto. Las humanidades – porque yo nos considero humanidades, a pesar de hacer una cosa muy científica– dan una visión muy interesante sobre cómo se han manejado situaciones del pasado muy similares a las actuales.

“Me cambió la vida ver cómo un montón de tradiciones desaparecían en una sola generación”

Ahora mismo ¿cuál es tu proyecto estrella?

Hay dos campos principales. Los orígenes de la agricultura y la alimentación en la época medieval, apara el que acabo de presentar un proyecto. Llevo mucho tiempo pensando en él y me apasiona, porque todo lo que sabemos de la época medieval ha llegado de las fuentes o el estudio de la cerámica, etc.

¿De manera indirecta?

Sí. Pero muy poco sobre restos vegetales. Aquí estamos trabajando en varios campos. Hemos iniciado algo muy interesante, aunque puede resultar ligeramente asqueroso: el estudio de letrinas y pozos negros. En ellos se concentran los desechos de las comunidades que los utilizaban. Y nos dan información, por ejemplo, sobre qué nuevas especies –y fueron muchas– entran en la época medieval. Todo lo que tenemos ahora ha llegado por fases. En el Neolítico entran un montón de cereales y leguminosas. En la Edad del Hierro los mijos, por ejemplo. Desde época romana aparecen los primeros centenos, los frutales. Y en época medieval vienen muchas frutas. Llegan los árabes y con ellos el arroz, la caña de azúcar, y un montón de especies desconocidas en Europa.

¿Y queréis reconstruir ese rastro?

Sí. Por ejemplo, del arroz, tan fundamental en nuestra dieta, sabemos que viene en el medievo, pero aún no hemos encontrado ni un solo grano. Con este proyecto esperamos documentar su presencia. O las especias, que empiezan a circular por toda Europa.

¿Los queréis encontrar en las letrinas?

Sí. Y también información para otra investigación en la que colaboramos con el grupo del profesor Hill, de Cambridge. Es sobre los huevos de parásitos, que nos hablan del grado de salud de las poblaciones. Incluso podemos llegar a determinar movimientos de población a través de su estudio de parásitos. Es decir, hay campos súper chulos que empiezan a despuntar y yo creo que van a dar resultados realmente fascinantes en el futuro.

Su director de tesis puede estar satisfecho, porque la pasión se la ha transmitido íntegra.

Sí. Yo me considero afortunadísima de poder trabajar en algo que me apasiona. Eso te crea tus problemas también, claro, pero soy una gran defensora de que la gente debería hacer lo que le gusta. El mundo iría mucho mejor.

¿Cuál es la parte menos agradecida de tu trabajo?

A ver, hay muchos problemas, porque la investigación en este país es muy complicada. Yo estoy harta de papeles cada vez que nos movemos –¡y nos movemos tanto|–. Cuando me dicen: tienes que traer una factura de que has estado en un sitio y yo digo: pero si en Marruecos no hay facturas. Horroroso. Las nuevas leyes de Hacienda nos han puesto un montón de problemas a la hora de investigar. Yo he estado los último cinco años en Roma, de Vicedirectora de la Escuela Española de Historia y Arqueología, volví en septiembre de 2016 y es como si fuera otro mundo en cinco años. Porque en Roma estábamos exentos. Que no se me malinterprete. Yo pienso que trabajamos con dinero público y debemos rendir cuentas del mismo, pero no pueden tratarnos así. Tú aquí eres un delincuente by default [por defecto]. Tienes que demostrar que no lo eres. Tendrán sus razones, pero nos aprietan las tuercas de manera exagerada.

¿Y qué compensa eso?

Salir al campo. Es lo que más me gusta. Investigar directamente sobre la tierra.

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Redacción QUO