Como responsable del grupo de Meteoritos, Cuerpos Menores y Ciencias Planetarias del Instituto de Ciencias del Espacio del CSIC, Josep Maria Trigo trata de dar respuesta a una de las incógnitas de la ciencia: ¿Cuál es el origen de la vida terrestre? Para ello, ha centrado su investigación en las condritas carbonáceas, un tipo de meteorito que se considera esencial por la información que aporta, como él mismo nos cuenta.

¿En qué consiste tu labor de investigación?

Me encargo de dirigir el grupo de trabajo destinado a conocer las etapas formativas de los planetas tanto de nuestro sistema solar como de otros sistemas planetarios. Estoy muy interesado en comprender el papel de los cometas y sus fragmentos, los meteoritos, para determinar cómo todo eso ha influido en la formación de la atmósfera y en la consolidación del planeta tal y como la conocemos. Incluso aportan mucha información para conocer el origen de la vida terrestre.

¿De dónde proceden esos meteoritos que conocemos?

Todos pertenecen a nuestro sistema solar. Los principales proceden del Cinturón Principal de Asteroides, entre Marte y Júpiter a pesar de que muchos crean que la mayoría procede de la Luna o Marte. Esos asteroides son objetos relativamente pequeños, no de más de algún centenar de kilómetros. Y hay muchos. En esa zona, hay regiones de movimientos prohibidos de asteroides. Son regiones que de manera natural desvían los asteroides hacia la Tierra. Hay asteroides que existen más allá de la órbita de Neptuno cuyo interés científico es inmenso.

«No dudo de la existencia de vida extraterrestre»

¿Qué nos protege?

En el sistema solar todo está en continuo movimiento y la mayoría de objetos suelen ir cayendo en la región de los planetas terrestres Pero afortunadamente Júpiter es un gran protector por su enorme campo gravitatorio que atrae a hacia él. Es nuestro gran salvador.

Habéis creado una red de observatorios profesionales. ¿Con qué finalidad?

Para monitorizar bolas de fuego. De esta manera damos una explicación racional y científica a todos los fenómenos luminosos que ocurren sobre la península ibérica. Ahora sí, la palabra OVNI deja de tener sentido.

¿Cómo lo hacéis?

Calculando sus trayectorias y sus orbitas y determinando su velocidad. Así sabemos que son un fragmento de un asteroide o un cometa y por lo tanto deja de ser un objeto no identificado. Además, estimamos cuántas de estas bolas de fuego pueden ser productoras de meteoritos. Esto nos ha permitido recuperar dos meteoritos de orígenes muy diferentes. Uno de ellos tenía más de un kilo de peso.

Hablas mucho de materia estelar consciente. ¿En qué consiste?

En mi libro “Las raíces cósmicas de la vida” hablo de todo esto. Somos materia estelar consciente por los elementos químicos que nos forman, que han surgido en las estrellas. La síntesis de estos elementos ha permitido que haya vida en el Universo. Excepto el hidrógeno, el resto de elementos surgen en las estrellas que se han desintegrado para formar otras estrellas y planetas como la Tierra.

¿Cuál es el descubrimiento más fascinante a través del análisis de un meteorito?

Mi principal interés es conocer el origen de nuestro sistema solar y sobre todo el origen de la vida. Las condritas carbonáceas, que son un tipo de meteoritos que proceden de objetos que no se diferenciaron, me resultan enormemente interesantes. Las hemos recuperado de la Antártida (nuestro centro es el único centro repositorio de meteoritos antárticos de la NASA en España). Extrayendo toda la materia orgánica del meteorito mediante ácidos hemos dejado solo los minerales. Y en presencia de aguas y amidas hemos observado que al calentar esa agua en presencia de esos minerales, éstos tienen capacidad catalítica de reproducir todos los compuestos orgánicos de la química prebiótica. No conocemos otras rocas con estas propiedades.

¿Qué valor tiene todo este descubrimiento?

Cada año caen sobre la Tierra unas cien mil toneladas de estos materiales condríticos. La mayoría, lógicamente, como polvo muy fino. En el pasado fue aún mucho más elevado. Creemos que estos materiales llegaron en cantidades muy superiores a las actuales y tuvieron un papel fundamental en la química prebiótica en la Tierra.

«No hay mejores rocas para conocer la formación de nuestro sistema solar que las condritas carbonáceas»

¿Son las condritas la base de vuestro trabajo?

Sí. De momento desconocemos muchas propiedades físicas de estos materiales. Este ha sido uno de nuestros caballos de batalla y vamos a seguir investigando, dada su importancia.

¿Qué te ha impactado más en tu carrera de científico?

La presencia del asteroide 2015 CB 145, un objeto descubierto en 2015 que, en base a su luminosidad, se definió como un asteroide potencialmente peligroso porque se acercó a tan solo la distancia de la luna y la Tierra. En tan sólo tres semanas desde que fue descubierto, se acercó a esa distancia de la Tierra. Tenía unos 400 metros. Su capacidad destructiva era enorme. Aquel momento fue determinante en mi carrera como científico.

¿Qué conclusiones se pueden extraer de todo esto?

En primer lugar, que estamos menospreciando el peligro de un posible impacto y en segundo lugar que no tenemos en cuenta los objetos que no están dentro del Cinturón Principal.

¿Crees que existen formas de vida en otros planetas?

No tengo la más mínima duda. Y sobre todo tras los últimos experimentos que hemos realizado, como decía antes, con las condritas carbonáceas, que han llegado incluso a las lunas de Saturno y Júpiter. Estos estudios revelan que tiene propiedades catalizadoras de los compuestos orgánicos que participan en las fases de la evolución de la vida, tal y como la conocemos.Son objetos, en definitiva, que tienen masas acuosas muy importantes en su interior. La vida no es patrimonio único de la Tierra.
¿Existe una probabilidad real de que un gran asteroide pueda impactar contra la Tierra?

Los impactos sobre la Tierra han sido continuos y la han modificado. Es obvio que hace 65 millones de años hubo un gran impacto de un asteroide de 10 kms en Yucatán que cambio todo. La hecatombe fue brutal. Ahora se estima que con un cuerpo de tan solo un kilómetro, que ocurre cada diez millones, el daño sería irreparable. El sistema solar no funciona por estadística.

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Redacción QUO