La recién estrenada comedia de Hollywood Te quiero, tío llega enarbolando la bandera del último fenómeno mediático en EEUU: el bromance. Mezcla de los términos brother (hermano o colega) y romance, reivindica la amistad íntima entre hombres.

Pero ¿hay que reivindicarla? El sociólogo de la masculinidad Michael Kimmel nos explica que lleva un cuarto de siglo preguntando a sus estudiantes de la Universidad del Estado de Nueva York: ¿quién es mejor amigo(a), un hombre o una mujer? “Durante 20 años, la respuesta mayoritaria fue: una mujer. Con ellas es más fácil sincerarse y tratar temas importantes”.

Su colega Geoffrey Greif, autor del libro Buddy System(El sistema de los colegas) recurre a la educación como causa de esa preponderancia femenina en el reino de la intimidad: “Durante mucho tiempo, los niños han sido criados sobre todo por mujeres: las primeras maestras y las madres, que solían pasar más tiempo en casa”, dice, pero además, “nos han socializado para competir con otros hombres, por lo que abrirte de pronto ante un tío…”

Y si no somos capaces de abrir nuestro corazón a alguien y charlar con él de nuestras vivencias y sentimientos más íntimos, ¿cómo vamos a presentarlo como nuestro amigo? Al fin y al cabo, ellas llevan siglos midiendo con ese rasero sus relaciones. “Por eso, los hombres hemos intentado aplicar el mismo concepto a las nuestras, y en muchos casos hemos llegado a pensar que no eran amistades verdaderas”, lamenta Greif. Un veredicto que cambia por completo si aceptamos idiosincrasias propias para cada sexo.

De frente o de perfil

Las diferencias en la forma de confraternizar comienzan en la propia motivación de hombres y mujeres para establecer grupos tipo “los niños con los niños, las niñas con las niñas”.
“La creación de amistad entre hombres viene definida por hacer cosas juntos, y entre mujeres por compartir cosas, fundamentalmente sentimientos”, así expresa el filólogo Eduardo de Gregorio una actitud cuyas raíces nos llevan directamente a las cavernas, según Geoffrey Greif: “Los hombres salían a cazar y realizaban hombro con hombro una misión, mientas que las mujeres se quedaban a cargo de la prole en comunidades más o menos grandes”.

Hoy, cuando el mayor esfuerzo “forrajero” consiste en recordar el número del teleburguer, la sensación de compartir una tarea parece persistir como ideal de una “tarde de tíos” (sustitúyase la caza del dientes de sable por animar al campeón de liga, encestar canastas, echar un póquer, luchar en World of Warcraft o montar estanterías).

Y nada de dedicar muchas energías a “cultivar” la relación. Ellos saben bien que el Punko y el Murga estarán ahí la próxima vez que les llamen para ensayar rock and roll o practicar el cañismo: hoy, el jueves o dentro de 11 años. Todo un alivio: “En este capitalismo actual tan agresivo, los hombres han aprendido a temer a sus competidores. Por eso buscan en sus amigos unas vacaciones de ese tipo de actitudes”, considera Kimmel. E insiste en rebatir uno de los tópicos más recalcitrantes de este tema: el de que ellos no expresan sus emociones.

“Sin duda alguna, muestran rabia. Eso es una emoción”. El sociólogo tomó como ejemplo a los seguidores del Manchester tras la final de la Champions: “En ese estadio había miles de hombres abatidos y con lágrimas en los ojos. Y no lo ocultaban porque allí se sentían seguros, les estaba permitido”

Pilar Gil Villar