Los científicos son a veces como niños: cuando ignoran de qué están hechas las cosas, las destruyen para analizar, mejor o peor, sus componentes. Como no saben cómo “mirar” cosas tan pequeñas, al final solo les queda el recurso de usar una especie de martillo pilón de lo infinitamente pequeño, un auténtico cascanueces de partículas elementales cuyos fragmentos pueden desvelar los secretos de su composición. Eso es lo que están haciendo en el CERN (Centro Europeo para la Investigación Nuclear) con una súper herramienta llamada LHC: provocar un inmenso choque entre partículas para poder luego analizar sus restos.

Una colisión microscópica
LHC significa Gran Colisionador de Hadrones. Su función es exactamente esa, hacer chocar entre sí unas partículas llamadas hadrones, y concretamente una de sus variedades: los protones. Junto a los neutrones, los protones forman los núcleos de todos los átomos. Gracias al LHC podremos acelerar en sentido contrario dos haces de protones de modo que alcancen velocidades cercanas a la de la luz, para luego hacerlos chocar en lugares concretos, donde hay situados unos complejos detectores. Para obtener la mayor energía de choque se utiliza un acelerador de partículas que es el mayor del mundo: un gigantesco túnel circular con 27 kilómetros de circunferencia y situado bajo la frontera franco-suiza, muy cerca de Ginebra. Pertenece al CERN, el más importante laboratorio de investigación de física experimental del planeta, un proyecto europeo pero que da cabida también a los mejores investigadores del resto del mundo. En ese mismo túnel ya se instaló hace bastantes años otra herramienta menos potente, el LEP (Colisionador de Electrones y Positrones, que trabaja con partículas mucho más ligeras que los hadrones); este proporcionó resultados muy interesantes que dieron lugar, como suele ocurrir en ciencia, a nuevos interrogantes. Por eso, los físicos han ideado un segundo acelerador muchísimo más potente, el LHC, instalado en el mismo túnel pero a un metro de altura sobre el anterior; la idea es obtener fragmentos de materia en forma de nuevas partículas, y niveles de energía muy superiores gracias a esos choques, cuya potencia será inmensa. En suma, se obtendrán más elementos para los posteriores estudios. El funcionamiento del LHC es relativamente fácil: se aceleran en direcciones opuestas dos haces de protones y cuando alcanzan mucha velocidad se provoca el choque en uno de los cuatro detectores que se han instalado a lo largo del túnel. Esos detectores analizan los “restos” del choque y proporcionan una cantidad ingente de datos que luego los científicos tendrán que estudiar durante meses para ver qué sacan en claro.

Redacción QUO